La semana que termina nos deja un sabor más agrio que dulce, la política se ha encontrado con dos acontecimientos que desgraciadamente sirven para poner en entredicho a las instituciones que representan al poder judicial. Los dos grandes tribunales, Supremo y Constitucional, han sido criticados por los políticos y por los ciudadanos, el primero a causa de los procesos abiertos al juez Garzón y el segundo por su tardanza exasperante en dictar sentencia en el caso del estatuto catalán.
Muchos son los que han salido a la calle para mostrar su apoyo al juez estrella de la Audiencia Nacional, magistrado que despierta pasiones encontradas, odios y amores, envidias y hasta y hasta venganzas. Cuando escuchas a algunos de sus compañeros observas que consideran que este juez es excesivamente protagonista y que para colmo sus instrucciones aunque levantan mucha expectación no son lo completas y precisas que deberían ser, razón por la cual algunos de los juicios posteriores se han visto frustrados al tener que anular actuaciones dictadas por Garzón. No obstante, a pesar de todo hemos de reconocer la gran labor que Garzón realiza en la lucha contra el terrorismo, en algunos procesos internacionales, e incluso en su arrojo para intentar devolver la dignidad a lo miles de españoles asesinados por el anterior régimen.
Por su parte el Tribunal Constitucional no logra el acuerdo necesario para dictar sentencia, y ya van casi cuatro años, no sabemos si esa dilación excesiva se debe a la interinidad de algunos de sus miembros que están esperando a ser sustituidos desde hace algunos años o a la presión de los partidos políticos que han dejado en sus manos un ascua ardiendo,cuya solución no contentará a nadie, ni a los nacionalistas ni a la derecha de este país. Creo que encontrar una respuesta que contente a los distintos grupos y que sirva para la defensa de la Constitución a la vez que ayude a la cohesión entre las distintas tendencias es algo casi imposible, todos deberán ceder en sus posiciones para acatar una sentencia que se presenta controvertida.
Por último, en mi opinión lo que este viejo país necesita es más "talante", más entendimiento y menos radicalismo en las posiciones, hemos de aprender a ser constructivos y a no tomarnos cualquier cuestión como si nos fuera la vida en ello. La libertad de expresión es el mayor logro de la historia de nuestra nación y hemos de aprender a escuchar y a respetar las muy diversas opiniones de los españoles.
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