martes, 17 de noviembre de 2020

Y,... ¿Quién le hace caso a los docentes?

Pandemia, restricciones, confinamiento,…. Todos los ciudadanos estamos sufriendo en mayor o menor medida al “bicho”, nuestra forma de vida se ve afectada, las relaciones familiares y las amistades se mantienen gracias a las redes sociales, al móvil y a las videoconferencias, el trabajo sigue, algunos tienen la suerte de teletrabajar, pero la gran mayoría ha de asistir a sus centros de trabajo, sin duda gracias a que los colegios e institutos siguen abiertos. Si los docentes fallan los niños y niñas tendrían que quedarse en casa, sus padres entonces se encontrarían con el dilema de trabajar o quedarse en casa, y la economía caería de nuevo.

Nuestro trabajo es enseñar y educar, pero sin riesgos, con la debida protección, no nos importa estar en el aula con 20 o 30 alumnos, pero necesitamos que nos den los medios para evitar el contagio, nos basta con una mascarilla quirúrgica, con los geles de manos, con la aireación de las aulas y con la limpieza de los puestos y utensilios, pero necesitamos saber si estamos en peligro de contagio, nadie nos hace una PCR, ni un test de antígenos,…. Al principio de curso nos sometimos a una prueba serologica que nos permitió comenzar el año académico, desde entonces vemos como el coordinador Covid, un profesor  compañero, pasea por las clases, da charlas, aparece con listas en la mano para sacar alumnos de las aulas, contactos estrechos de otro alumno que ha dado positivo,… pero a los docentes nunca nos saca, están suficientemente protegidos, son de una clase especial porque parece que tienen inmunidad…. Reunirse todos los días con 20 o 30 niños/as parece que no comporta riesgo, para que va a gastar dinero el gobierno en tests o en epis, éso lo dejamos para los sanitarios, para los médicos, independientemente de que estén en contacto estrecho con un positivo o atiendan por teléfono a los pacientes, porque si los docentes debemos estar horas y horas con los alumnos con la única protección de la mascarilla y la distancia, muchos médicos y enfermeras atienden telefónicamente, de uno en uno, y si deciden ver al paciente en persona entonces deberá ir bien protegido, casi con un salvoconducto, y ellos lo recibirán con mascarilla, quizá doble mascarilla, bata, gafas, pantalla y guantes. Es cierto que corren un gran riesgo, pero ¿y nosotros los docentes?.

No quiero ir contra la clase médica ni contra los sanitarios, yo aplaudía todos los días a las ocho de la tarde, me solidarizaba con su gran labor y con su esfuerzo, entendía que no era de recibo que carecieran de los medios, epis, necesarios,… entendía perfectamente que eran y son la prioridad, pero creo que quienes se merecían toda mi solidaridad y apoyo eran los que estaban en las plantas Covid y en las Ucis. En esta vorágine, por desgracia han muerto además de los contagiados por el coronavirus muchas personas como consecuencia de la falta de atención, ciudadanos que no se atrevían a acudir a las urgencias, personas con patologías necesitadas de asistencia continuada, otras con necesidad de tratamiento sanitario y quirúrgico,… y siento decir que no todos los médicos y sanitarios estaban desbordados atendiendo a contagiados del Sar-Cov-2, pero el miedo va unido a la precaución, y espero equivocarme al decir que hubo y había plantas con medios que tenían menos trabajo que en la “normalidad”.

Pero si en el caso de los sanitarios hemos de estarles agradecidos a la gran mayoría, en el caso de las administraciones públicas he de manifestar mi más severa queja, ir a una administración es arriesgarse a que no te atiendan, pero es que llamar para obtener una cita es labor de titanes. Tus trámites deberán esperar, porque aunque las plantas estén casi vacías de personal, teóricamente teletrabajando y tramitando expedientes,… eso no significa que tus gestiones y pretensiones tengan solución. Mejor no hablar.

Pero no quiero desviarme, porque mi intención es reivindicar a los docentes, su labor y esfuerzo, su compromiso, su entrega para hacer posible que los niños y jóvenes continúen recibiendo la educación que merecen, en condiciones difíciles sin la adecuada protección y dejándoles a ellos, a sus equipos directivos la gestión del protocolo de actuación ante la pandemia. Algún día deberán hacernos algún test, en mi opinión debería ser con cierta periodicidad, y al menos serían necesarios cribados que nos aseguren, no solo que estamos libres de covid, sino que tampoco somos asintomáticos  y  por tanto un peligro en potencia. Cuando lleguen las vacunas ya han comentado que la prioridad son los mayores de 65 y los sanitarios,… y ¿cuándo nos tocará a nosotros?,.. piense quien corresponda que nuestra labor es importante y que se nos debería cuidar.

3 comentarios:

Anónimo dijo...

Los docentes somos una especie resistente a los coronavirus y a las aglomeraciones. Nos basta una mascarilla y mantener la distancia frente a grupos de 25 o 30 alumnos, normalmente con mascarillas que nadie puede comprobar sean homologadas ni el tiempo de uso que llevan.....

Anónimo dijo...

Ahora dicen que somos uno de los colectivos con prioridad para la vacuna. Sin embargo, no parecen reconocer el esfuerzo y el riesgo que corremos en el día a día. En Andalucía entregan gel desinfectante y mascarillas quirúrgicas al profesorado, no en la cantidad y con la frecuencia necesaria. Una mascarilla quirúrgica hay que desecharla a las 4 horas, el horario es de al menos 6,5 horas.... en las aulas hay de 20 a 30 alumnos y un docente, las distancias no siempre son de 1,5 metros,.... y ahora que comienza el invierno habrá que seguir con las puertas y ventanas abiertas....

Anónimo dijo...

Hola, aunque hace tiempo que leí tu escrito hoy tras las recientes decisiones de los gobiernos europeos me he acordado. Alemania cierra las escuelas una semana antes de Navidad y recomienda el teletrabajo. ¿Y aquí? ¿no se plantea ni es necesario cuando hemos tenido casi 500 casos cada 100000 habitantes?
Pero claro, aquí el teletrabajo es muy limitado, la especialización laboral menos,... así que los niños hay que tenerlos en el colegio

Proverbio castellano

Quien no oye consejo, no llega a viejo.